martes, 14 de noviembre de 2017

"Los Pobres en Evangelii Gaudium" - Francisco




El próximo 19 de Noviembre celebraremos la Jornada Mundial de los Pobres, a continuación les comparto algunos párrafos de la exhortación apostólica Evangelii Gaudium (La alegría del Evangelio) del papa Francisco (26 de Noviembre de 2013) que nos invitan a la inclusión social de los pobres.
La inclusión social de los pobres (Evangelii Gaudium)

186. De nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos, brota la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad.

187. Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la li­beración y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la socie­dad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo. Basta recorrer las Escrituras para descubrir cómo el Padre bueno quiere escuchar el clamor de los pobres: «He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto, he escuchado su clamor ante sus opreso­res y conozco sus sufrimientos. He bajado para librarlo […] Ahora, pues, ve, yo te envío… » (Ex 3,7-8.10), y se muestra solícito con sus necesida­des: « Entonces los israelitas clamaron al Señor y Él les suscitó un libertador» (Jc 3,15). Hacer oídos sordos a ese clamor, cuando nosotros so­mos los instrumentos de Dios para escuchar al pobre, nos sitúa fuera de la voluntad del Padre y de su proyecto, porque ese pobre «clamaría al Señor contra ti y tú te cargarías con un pecado» (Dt 15,9). Y la falta de solidaridad en sus necesi­dades afecta directamente a nuestra relación con Dios: «Si te maldice lleno de amargura, su Crea­dor escuchará su imprecación» (Si 4,6). Vuelve siempre la vieja pregunta: «Si alguno que posee bienes del mundo ve a su hermano que está ne­cesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?» (1 Jn 3,17). Recordemos también con cuánta contundencia el Apóstol Santiago retomaba la figura del cla­mor de los oprimidos: «El salario de los obreros que segaron vuestros campos, y que no habéis  pagado, está gritando. Y los gritos de los sega­dores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos».

188. La Iglesia ha reconocido que la exigencia de escuchar este clamor brota de la misma obra liberadora de la gracia en cada uno de nosotros, por lo cual no se trata de una misión reservada sólo a algunos: «La Iglesia, guiada por el Evan­gelio de la misericordia y por el amor al hombre, escucha el clamor por la justicia y quiere responder a él con todas sus fuerzas». En este marco se comprende el pedido de Jesús a sus discípulos: «¡Dadles vosotros de comer!» (Mc 6,37), lo cual implica tanto la cooperación para resolver las cau­sas estructurales de la pobreza y para promover el desarrollo integral de los pobres, como los ges­tos más simples y cotidianos de solidaridad ante las miserias muy concretas que encontramos. La palabra «solidaridad» está un poco desgastada y a veces se la interpreta mal, pero es mucho más que algunos actos esporádicos de generosidad. Supone crear una nueva mentalidad que piense en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos.
189. La solidaridad es una reacción espontánea de quien reconoce la función social de la pro­piedad y el destino universal de los bienes como realidades anteriores a la propiedad privada. La posesión privada de los bienes se justifica para cuidarlos y acrecentarlos de manera que sirvan mejor al bien común, por lo cual la solidaridad debe vivirse como la decisión de devolverle al pobre lo que le corresponde. Estas convicciones y hábitos de solidaridad, cuando se hacen carne, abren camino a otras transformaciones estruc­turales y las vuelven posibles. Un cambio en las estructuras sin generar nuevas convicciones y ac­titudes dará lugar a que esas mismas estructuras tarde o temprano se vuelvan corruptas, pesadas e ineficaces.

190. A veces se trata de escuchar el clamor de pueblos enteros, de los pueblos más pobres de la tierra, porque «la paz se funda no sólo en el res­peto de los derechos del hombre, sino también en el de los derechos de los pueblos». Lamen­tablemente, aun los derechos humanos pueden ser utilizados como justificación de una defensa exacerbada de los derechos individuales o de los derechos de los pueblos más ricos. Respetando la independencia y la cultura de cada nación, hay que recordar siempre que el planeta es de toda la humanidad y para toda la humanidad, y que el solo hecho de haber nacido en un lugar con menores recursos o menor desarrollo no justifica que algunas personas vivan con menor dignidad. Hay que repetir que «los más favorecidos deben renunciar a algunos de sus derechos para poner con mayor liberalidad sus bienes al servicio de los demás». Para hablar adecuadamente de nues­tros derechos necesitamos ampliar más la mirada y abrir los oídos al clamor de otros pueblos o de otras regiones del propio país. Necesitamos crecer en una solidaridad que «debe permitir a todos los pueblos llegar a ser por sí mismos ar­tífices de su destino», así como «cada hombre está llamado a desarrollarse».

191. En cada lugar y circunstancia, los cristia­nos, alentados por sus Pastores, están llamados a escuchar el clamor de los pobres, como tan bien expresaron los Obispos de Brasil: «Desea­mos asumir, cada día, las alegrías y esperanzas, las angustias y tristezas del pueblo brasileño, especialmente de las poblaciones de las perife­rias urbanas y de las zonas rurales —sin tierra, sin techo, sin pan, sin salud— lesionadas en sus derechos. Viendo sus miserias, escuchando sus clamores y conociendo su sufrimiento, nos es­candaliza el hecho de saber que existe alimento suficiente para todos y que el hambre se debe a la mala distribución de los bienes y de la renta. El problema se agrava con la práctica generalizada del desperdicio».

192. Pero queremos más todavía, nuestro sue­ño vuela más alto. No hablamos sólo de asegu­rar a todos la comida, o un «decoroso susten­to», sino de que tengan «prosperidad sin exceptuar bien alguno». Esto implica educación, acceso al cuidado de la salud y especialmente trabajo, por­que en el trabajo libre, creativo, participativo y solidario, el ser humano expresa y acrecienta la dignidad de su vida.
El salario justo permite el acceso adecuado a los demás bienes que están destinados al uso común.


Pagina oficial de la I JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES


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