domingo, 31 de mayo de 2015

LA SANTÍSIMA TRINIDAD - YOUCAT





¿Creemos en un solo Dios o en tres dioses?

Creemos en un solo Dios en tres personas (TRINIDAD).
 «Dios no es soledad, sino comunión perfecta» 
(Benedicto XVI,
22.05.2005). 

Los cristianos no adoran a tres dioses diferentes, sino a un único ser, que es trino 
(Padre, Hijo y Espíritu Santo) y sin embargo uno. Que Dios es trino lo sabemos por Jesucristo: Él, el Hijo, habla de su Padre del Cielo («Yo y el Padre somos uno», Jn 10,30). Él ora al Padre y nos envía el Espíritu Santo, que es el amor del Padre y del Hijo. 
Por eso somos bautizados «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19).

¿Se puede deducir por lógica que Dios es trino?

No. La Trinidad (TRINIDAD) de Dios es un misterio. 
Sólo por Jesucristo sabemos que
Dios es Trinidad. 

Los hombres no pueden deducir por medio de su propia razón el misterio de la Trinidad.
Pero pueden reconocer la razonabilidad de este misterio, cuando aceptan la REVELACIÓN de Dios en Jesucristo. Si Dios estuviera solo y fuera solitario, no podría amar desde toda la eternidad.
Iluminados por Jesucristo, podemos encontrar ya en el ANTIGUO TESTAMENTO
 (por ejemplo, Gén 1,2; 18,2; 2 Sam 23,2) e incluso en toda la creación huellas de la Trinidad.




viernes, 22 de mayo de 2015

LA MISIÓN DEL ESPÍRITU SANTO EN LA IGLESIA




Consumada la obra que el Padre confió al Hijo en la tierra, fue enviado el Espíritu Santo en el día de Pentecostés, para que indeficientemente santificara a la Iglesia y, de esta forma, los que creen en Cristo pudieran acercarse al Padre en un mismo Espíritu. Él es el Espíritu de vida o la fuente del agua que brota para comunicar vida eterna; por el cual el Padre vivifica a todos los muertos por el pecado, hasta que el mismo Espíritu resucite en Cristo sus cuerpos mortales.

El Espíritu habita en la Iglesia y en los corazones de los fieles como en un templo, y en ellos ora y da testimonio de la adopción de hijos. Con diversos dones jerárquicos y carismáticos dirige a la Iglesia, a la que guía hacia toda verdad, y la unifica en comunión y ministerio, enriqueciéndola con todos sus frutos.

Con la fuerza del Evangelio hace rejuvenecer a la Iglesia, la renueva constantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo. Pues el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús: «¡Ven!»

Así se manifiesta la Iglesia como una muchedumbre reunida por la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

La universalidad de los fieles que tiene la unción del Espíritu Santo no puede fallar en su creencia, y ejerce esta peculiar propiedad mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo, cuando desde los obispos hasta los últimos fieles seglares manifiestan un asentimiento universal en las cosas de fe y de costumbres.

Con ese sentido de la fe, que el Espíritu Santo mueve y sostiene, el pueblo de Dios, bajo la dirección del magisterio, al que sigue fidelísimamente, recibe no ya la palabra de los hombres, sino la verdadera palabra de Dios; se adhiere indefectiblemente a la fe que ha sido transmitida de una vez para siempre a los fieles; penetra profundamente en ella con rectitud de juicio y la aplica más íntegramente en la vida.

Además, el mismo Espíritu Santo no solamente santifica y dirige al pueblo de Dios por los sacramentos y los ministerios y lo enriquece con las virtudes, sino que, distribuyéndolos a cada uno en particular según le place, reparte entre los fieles dones de todo género, incluso especiales, con que los dispone y prepara para realizar variedad de obras y de oficios provechosos para la renovación y una más amplia edificación de la Iglesia, según aquellas palabras: A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad.

Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más sencillos y comunes, por el hecho de que son muy conformes y útiles a las necesidades de la Iglesia, hay que recibirlos con agradecimiento y consuelo.



De la Constitución dogmática Lumen gentium, sobre la Iglesia, del Concilio Vaticano II,(Núms. 4. 12)

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lunes, 11 de mayo de 2015

CONOCIENDO A DON BOSCO (3) -San Juan Bosco y su opción por los jóvenes más pobres.



Por: Jonathan Plazas, SDB.

Los jóvenes son la porción más delicada y valiosa de la sociedad humana”
San Juan Bosco

El Espíritu Santo sopla donde quiere y como quiere. Suscita constantemente en la Iglesia a hombres y mujeres que deseen seguir llevando el mensaje del Evangelio de maneras distintas, pero siempre con el mismo objetivo: que el anuncio lleve a Jesús a entrar en esos lugares a donde se quiere llevar la Buena Nueva.

Siempre he pensado que el Espíritu no se cansa de soplar, de llevar a la Iglesia a nuevas fronteras, a adquirir nuevos desafíos, pues, el mundo de hoy es más astuto, más decidido, más deseoso de cambios, de novedades, de alegrías, de esperanzas… pero al mismo tiempo, desea quedarse anclado en ciertas situaciones que pueden hacer que el proceso de avance integral se trunque y no sea capaz de salir adelante. Para estas situaciones es que el Vivificador de la Iglesia suscita profetas, apóstoles decididos que, busquen responder a las situaciones, con aires nuevos, dejando de lado los escrúpulos y deseando que siempre se lleve adelante el plan de Dios para con los hombres.

Es por esto que Don Bosco, al leer los signos de los tiempos, interpretando el llamado que Dios le hace por medio de la oración, una lectura atenta de los signos de los tiempos, y dejándose ayudar de personas adecuadas para este proceso de discernimiento, asume el apostolado de ayudar a los jóvenes más pobres, por medio de la educación y el aprovechamiento del tiempo. Don Bosco va en busca de la dignidad de todos los chicos que en su tiempo fueron olvidados, rechazados, utilizados para dar impulso a la revolución industrial, que consumía la vida de aquellos pequeños en lugares fríos y hostiles. Don Bosco hace la opción por servir a Dios en medio de los jóvenes, porque sabe que en ellos, -como rezan tantas de sus máximas- son el futuro de las naciones.

jueves, 7 de mayo de 2015

ORIGEN DE LA ADVOCACIÓN DE NUESTRA SEÑORA DE LUJAN - Fray Pedro Nolasco



En aquel tiempo que el reino de Portugal y el de Castilla se gobernaban por una Corona, con el mucho comercio que tenía esta ciudad con el Brasil, un portugués, vecino de Córdoba, que fundó la hacienda de Sumampa, pidió a un paisano suyo le trajese del Brasil una imagen pequeña de la Concepción, para colocar en una capilla que estaba fabricando en dicha su hacienda; y con este encargue le remitieron a un mismo tiempo dos, las cuales, encajonadas, cargó en su carretón. Y llegando al río de Luján hizo noche en lo de un paisano suyo, llamado fulano Rosendo.


Queriendo proseguir su viaje, uncidos los bueyes por la mañana, no pudieron mover dicho carretón; por cuya causa le volvieron a descargar, y entonces le movieron los bueyes sin alguna dificultad. Y admirados todos de este prodigio, le preguntaron qué llevaba en la carga, que allí se había descargado, que pudiese servir de impedimento a su viaje; y él respondió que no llevaba cosa de impedimento, antes sí dos imágenes para darles culto.


Y determinaron se embarcase en el carretón los dos cajoncitos de las imágenes e hiciesen caminar el carretón; y se hallaron con el impedimento primero; a que empezó a exclamar el devoto portugués a la Virgen Santísima que bien sabía el efecto, para qué la llevaba, que era para colocarla en la capilla que en su nombre tenía fabricada; y, persuadiéndole a que sacase él un cajón y dejase el otro, probaron a que caminase el carretón, y no se pudo mover de su lugar; volvieron a hacer la diligencia de sacar el cajón que había quedado y cargar el que habían bajado, y entonces se movió dicho carretón sin impedimento alguno; quedando el dueño muy contento con la imagen que se llevó, dejando la otra en el paraje, donde le mostraba quererse quedar.


Ésta es la imagen de Nuestra Señora de Luján, que estuvo muchos años en lo de dicho Rosendo, en un oratorio muy corto, y muy venerada la imagen de todo el pago. Y dicho Rosendo dedicó un negro, llamado Manuel, al culto de dicha imagen, quien cuidaba de la lámpara de dicha Señora, que incesantemente ardía.


Y con el transcurso del tiempo y muerto el dueño de aquella estancia vino a quedar en casi despoblado. Y por ser mucha la frecuencia de devotos, que acudían movidos de sus muchos milagros, y no tener en dicha estancia dónde albergarse, pidió una señora, doña Ana de Matos, le diesen dicha imagen que la llevaría a su hacienda, que estaba en dicho río y colocóla en un oratorio; y con la asistencia y fervor del capellán don Pedro Montalbo y del mayordomo, don Manuel Casco de Mendoza, se enfervorizó la devoción de todo el pago y aun de las provincias remotas y se pusieron a fabricar la capilla, que hasta hoy permanece.


De la relación del mercedario fray Pedro Nolasco de Santa María

(Año 1737: Archivo de la Basílica nacional de Luján)


Otras publicaciones relacionadas:

Peregrinación a la Virgen de Luján - P. Rafael Tello

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